LA MOLÉCULA DE LA VIDA (III)
Tiene cerca de 2 metros de longitud. Su fórmula química es de una enorme complejidad y si la escribiéramos sería más larga que el pasillo más largo del mayor hospital del mundo. Posee 6.400 millones de nucleótidos complejamente relacionados entre sí. En cada milímetro tiene 3 millones de bases. Su grado de plegamiento es tal que esta introducido en una bolsa de menos de 6 milésimas de milímetro (núcleo celular). Pero, además, se permite el cambiar continuamente de forma en este núcleo, creando los cromosomas solo cuando las células van a dividirse.
Hasta finales del siglo pasado se creía que el ADN era una molécula muy estable y que gracias a ella fue posible la aparición de la vida. Posteriormente se comprobó que, por el contrario, la molécula de ADN es naturalmente muy inestable y que espontáneamente se producen miles de cambios y mutaciones en la misma diariamente.
En el año 2015 se le concedió el premio nobel de química al Dr. Tomas Lindahl. Demostró que el ADN se descompone a un ritmo que debería haber hecho imposible la aparición de la vida en la Tierra. Esta visión le llevó a descubrir una maquinaria enzimática molecular que, mediante la reparación por escisión de bases, contrarresta constantemente el colapso de nuestro ADN, corrigiendo sus alteraciones y permitiendo así su conservación, gracias a lo cual pudo aparecer y mantenerse la vida.
Es lógico preguntarse por qué esta maquinaria enzimática que está corrigiendo constantemente las alteraciones del ADN, permite de vez en cuando y no corrige, un determinado número de mutaciones que son constructivas y beneficiosas para la variabilidad de las formas vivientes de nuestro planeta y para la “hipótesis Gaia”.
Cada vez que se produce una de estas mutaciones “no corregidas”, obedece a una nueva adaptación del ADN para una función específica que siempre va a caracterizarse por la “Intencionalidad” de la misma y por la “perfección absoluta” de dicha nueva forma de vida. Parece razonable la idea de que dicha inteligencia no está intrínsecamente en el ADN, sino que este actúa como antena de una “Intencionalidad” superior.
Interrogantes que se plantean:
¿Cómo podríamos explicar sino que de una sola célula, el cigoto, resultante de la unión del gameto masculino y femenino, pueda surgir la enorme variabilidad de las células que nos forman?
¿Cómo podríamos explicar sino el milagro de la interacción entre los billones de reacciones químicas que se realizan en nuestro organismo cada minuto?
¿Cómo podríamos explicar sino la adaptación de cada forma viviente a su entorno?
Realmente, si atendemos al evidente concepto de la Teleología de Aristóteles y del “fin” de cada cosa y cada vida es fácil entender que el ADN funciona como una antena que recibe información del entorno y se convierte en el brazo ejecutor de esa “Intención”.
Otro problema que se nos plantea cuando tenemos que admitir la inteligencia e intencionalidad del ADN es la existencia de lo que denominaremos “la inteligencia grupal”. La inteligencia inherente al grupo o a la especie y no al individuo aislado.
El ADN es el responsable de nuestra herencia genética y de que exista un molde común para cada especie. Gracias a él, sabemos que todos los humanos venimos de una única raza y de unos pocos centenares de madres que sobrevivieron a la última glaciación durante el paleolítico en el valle del Rift, en el continente africano, hace unos 150.000 años.
Tenemos todos en común el 99,99% de nuestros genes y somos únicos y diferentes a los demás gracias al 0,01 % de los mismos. Es mucho lo que nos une y muy poco lo que nos separa. Puede que por ello nos enseñan todas las religiones ancestrales que “todos somos uno” y que amemos a nuestros semejantes como a nosotros mismo. Es la salud del grupo la que condiciona la salud de cada individuo del mismo. Es obvio que no funciona el “sálvese el que pueda” y a los hechos y la situación mundial me remito.
Creo realmente que hasta que no entendamos esto, no podremos evolucionar del sinsentido actual del hombre. No somos nada sin nuestros semejantes.
Desde el experimento del “centésimo mono” muchos otros ejemplos han reafirmado que existe una inteligencia o conocimiento que están por encima del individuo aislado. Así, se ha comprobado, que cuando los bancos de sardinas o anchoas en el mar o las bandadas de estorninos o jilgueros en el aire giran en una u otra dirección, no hay uno que lo realice antes y los demás lo siguen, sino que este giro lo realizan un grupo muy importante de los mismos simultáneamente.
Cuando cogemos a la hormiga reina de un hormiguero y la separamos de todo el grupo no pasa nada y todos los congéneres siguen haciendo su labor, pero si esta muere, todo el hormiguero se destruye ya que ninguno de sus miembros realizará función alguna, les falta la dirección telepática de la hormiga reina. Existe algún tipo de comunicación e inteligencia del grupo basado en ese 99,99% de su ADN común.
Es la existencia de esta inteligencia grupal la que podría explicarnos las megalíticas obras del Neolítico como los dólmenes de Stonehenge en Inglaterra, la Cueva de Menga en Antequera (Málaga) o los menhires alineados de Carnac, en Francia. No podemos entender como hemos perdido tanta sabiduría de nuestros ancestros.
¿Qué ha pasado con la inteligencia grupal de los humanos?
Porque el Yo y el individualismo del “sálvese quien pueda” nos ha hecho olvidar tanta grandeza y logros de nuestros antepasados?; ¿por qué tanta investigación secreta y tanto sectarismo si tenemos un destino común?; ¿por qué intentamos dominar a nuestros semejantes con el miedo y la mentira? Es necesario explicar donde corresponda que no somos los enemigos de nadie y que solo la colaboración de todos puede salvarnos como especie y como grupo líder de la evolución de la madre Tierra.
El Par Biomagnético nos enseña diariamente que somos algo más que un simple saco de huesos. Nos enseña que todos estamos conectados y que todos tenemos esa “molécula de la vida” y que me gusta también llamar la “molécula de Dios”. Nos enseña que Dios nos hizo a su imagen y semejanza, y de su misma naturaleza. Nos enseña la grandeza de ayudar a nuestros semejantes junto con la Intención. Nos enseña la verdadera naturaleza del hombre.
Me gustaría terminar con una frase de uno de mis autores favoritos, el Dr. Ángel Escudero, creador de lo que conocemos como Noesiterapia o curación por el pensamiento. Ya en 1973 escribía en su libro “la voluntad vence al dolor”:
“Dios ha puesto en la naturaleza humana cualidades maravillosas que están esperando ser utilizadas”.
Dr. Salvador Gutierrez Rodríguez de Mondelo